
No dormimos… Estamos abrazados y la oscuridad que penetra todo nos conduce a mirarnos despacio como despeinando caricias que nos hacen juntarnos más, como si nos necesitáramos al extremo de unir aliento con aliento, es por eso que yo avanzo con mi mano por tu espalda y el olor que tiene tu cuello me deja un poco fuera de mí, como si no estuviera en esta ciudad tan inmensa, tan fuera de la bulla y de las aceras grises que me predicen una pequeña lluvia de julio.
Todo amanece fuera de nosotros y esta cama ajena para mí me dice que habrán más noches en que yo esté aquí contigo, en que logre dibujar en tu rostro esas sabanas invisibles en las cuales yo descubro porque eres tan necia y frágil, el porqué tu sombra tiene dos colores que luchan entre sí para demostrar que no eres como las demás, y yo todo eso lo pienso en silencio, a contraluz mientras detengo mi mano que quiere recorrer tus brazos sin importar si te despiertas o no, por eso yo hago el alto, elevo las palabras hasta volverlas en repeticiones donde tu boca se entreabre para respirar de vez en cuando, esa boca que me ha recibido antes de acostarnos y que ha permitido demostrar que un “uno” puede volverse en un “dos” de nuevo. Es tan extraño, antes de venir aquí a tu cuarto, pensé una y otra vez en lo que significabas, qué era eso de tanta extrañeza y de ir buscándote por esos lugares donde jamás te podría encontrar… Qué era eso de borrar marcas y estaciones engrampadas en lunas muertas de abril?
Pero luego llegas en esa noche con tu abrigo largo y con tu sonrisa burlona que poco a poco se va transformando en una ternura demasiado frágil como para que exista por mucho tiempo y es en ese instante que mi instinto te quiere alejar, quiere practicar la soledad para que no falle cuando me sonrías y empecemos a decirnos las palabras de siempre cuando estamos lejos. Yo quisiera mirar de frente, coger la lluvia en el vuelo y derramar las luces hasta que todo se oscurezca a mi alrededor, pero todo falla, todo se quiebra como frágiles campanas que no saben cómo tocar la torpe música del llamado… Nos miramos y sonreímos y te traigo hacia mí con el abrazo equivocado (Pero por qué equivocado?) y te beso la cabeza y siento que te pierdo encontrándote (perder? Encontrar?).
Cierro los ojos y al abrirlos estoy en tu cuarto, y sentados ambos nos reímos mientras buscamos los cigarrillos y el cenicero improvisado, queremos un ambiente que desuna las tantas contradicciones de lo que sucede en esa noche y el humo que avanza hacia nosotros va dibujándonos preguntas que no se responden por ser tan blandas…
“Es extraño” Te digo “Es extraño” lo repites y mientras sucede todo eso, te abrazo sin permiso y junto tus labios para que no reacciones a este impulso necesario para mí y a todo eso que nos viene siguiendo desde el día mismo que nos dijimos “Compañeros”
Ahora echados aquí en esta cama ajena para nuestros cuerpos, luego de tanto humo y besos, de tantas palabras y caricias, estamos aquí recordando a los que nos recuerdan, olvidando a los que no, esparciendo todo lo que no nos pertenece a ambos y por eso es que me acerco, despeino ligeramente tu cabello y tú te mueves un poco sin despertarte, no hicimos el amor, no tuvimos sexo, no destendimos ninguna sabana… Simplemente no dormimos y mientras la mañana retorna, te abrazo un poco más y tú me besas la mejilla, otra vez empezando la charla conmigo mismo queriendo comprender por qué te quiero así, así sin más…