miércoles, 10 de octubre de 2012

Fotografías


Pueden verse las fotografías a lado derecho de la sala, y las gotas de cada copa se vuelven una pequeña lluvia en tus ojos grises.


El tren parte y las fotografías son estúpidas. Es tu estancia y estamos abrazados, es de noche y nadie entiende, no sabemos a qué hora fue, no sabemos y por eso nos callamos. Tú ya no estas mas aquí y yo me doy perfectamente cuenta de eso mientras alguien toca la puerta como esperando que no se abra, Qué nos queda? Alguien de los dos piensa y los ruidos de la calle se vuelven un no ruidos de la calle, Qué nos queda? Eso ya lo sabemos y en la puerta alguien sigue tocando mientras doy mis pasos que en verdad son pasitos o mejor dicho pasos chicos, son pasos que la alfombra no toca y quizá por eso va doliendo el dolor que siempre esta conmigo.

Son las doce y mis ojos no se dan cuenta que es tarde, las fotografías se llenan de ti mientras voy detestando las gotitas de lluvias que caen en las pocas mesas que me quedan, Dónde estoy? Sigue la bulla de la puerta como un eco desesperado de sonidos que se empujan fuera de mi boca, la oscuridad penetra todo el cuarto y los insectos se fueron por tener miedo. No hay ventana, y si hay ventana no existe, y si hay algún agujero en la puerta tampoco existe. Tienes miedo… Sé que no te gusta sentirte así, y por eso bailas, por eso estas en cada foto que se detiene en mi mejilla mientras nos miramos. Garúa tanto y lloras, no sabes nada pero lloras, esa foto es una pared entre recuerdos tan presentes como este lunes recién recogido. La soledad es algo tan mío, tan tuyo, tan caricia… Es como alguna casualidad cuando en verdad se llama realidad, y los túneles aquí en Lima no existen. No estas... y la calle donde caminamos tantas noches se vuelve un parque lejano que solo aparece en libros viejos que no me dan la razón, Qué nos queda? Sí pues, qué nos queda? Me odias o mejor dicho yo te odio, es la lógica del amor que para nada fue amor. Y las tazas que se rompen, y las mesas que ya no existen, y tú que no te asomas por ninguna parte como te recordaba mientras las calles van empujando este cuarto por no querer abrir la maldita puerta.

Alguien toca, alguien toca, no te das cuenta? Acaso alguien toca? Y me queda saber que no eres tú, por eso abro e intento ocultar esas fotos, mientras le digo a Laura que tú no existes, que sólo eres una simple mujer que no sabe de vasos y de puertas que sin querer se abren. Le explico a Laura que quiero estar solo, no te das cuenta? Eso se llama soledad, eso se llama estar triste. No, escúchame: quiero estar solo, no me hables, es inútil esperar y menos cuando Lima se oculta y derrumba mi cuarto por dejar de decir que no tengo ventana. Tú no eres la de esa foto pero eso ya lo sabemos, sabemos que no estas y que yo... Bueno, sabemos tantas cosas que los detalles no importan, yo sé Laura que estas aquí, no estoy hablando con nadie, Laura no te sientes, quiero estar solo, yo sé Laura, sé que es lunes y que detesto las calles, ves mi ventana? No existe, ves esa foto? Tampoco existe, no Laura, no soy grosero, además qué es eso? No Laura espera, esta bien, siéntate, Laura te pido por favor, no es que... Ambos sabemos que no es amor y por eso nunca viajaremos a tu ciudad, por eso no nos tomaremos ninguna foto, por eso qué frío hace aquí…

Lima no es tu ciudad, aquel lugar no se detiene en ninguna ventana que barre cuartos estúpidos, que agujera ventanas entre un amor que no fue y entre una Laura que sale y que se detiene mirando nuestras fotos colgadas en las cuatro paredes, que sale y se detiene, que se detiene y después sale, que se olvida de los ordenes y olvida que todo eso se llama soledad, eso es no llamar por teléfono y darse cuenta que uno nunca olvida, que el olvido es un punto de vista mientras todo duele, que la maldita distancia es un maldito recuerdo encerrado entre estos muros.

Las fotos se van cayendo una a una mientras el silencio extraña algún ruido, alguna tocada, algún detenerse de aire que huye como polvo dentro de una frazada que no tendimos. Es estúpido y nadie oye, es Lima y todos se tapan los ojos. Nadie mira y el tren de las doce parte y en tu ciudad los recuerdos se detienen en el ya no amor, en los lunes que se caen al piso, que abren ventanas y sepultan unos segundos de imágenes que ya no existen, de imágenes a la inversa, de frente, muriéndose de frío, titiritando cuando la nieve cae y no te das cuenta que por allá son las doce, que escribo y que me esperas jugando con una flor azul, que tú te detienes y me dices que no nos iremos nunca, que es mejor desempacar y seguir tomando ese vino que nos trajimos de Lima, que es mejor el frió de noche que de día donde todos se odian, que el amor siempre es amor... Y aun así dale con que ese año venga y me pregunte por estos meses colgados en una pared simétrica, intentando recodar a Laura, huyendo de una luz y de unas caricias que se fueron por nunca ser lunes. Porque te diste cuenta de todo, porque te fuiste y a Lima no volviste, porque de este cuarto a ti, los pasitos son pasos gigantes de una caja cayendo y de ti totalmente blanca, de ti mirando y de pronto cerrando los ojos, estando muy quieta, estando fuera de todo y siempre cayendo, siempre encima de la tierra, siempre en casa, siempre...

Las fotos son de colores y en blanco y negro, quizás así son menos grandes, menos chicas, quizás así todo vuelve y se va, quizá ya no es lunes y yo no me he dado cuenta...

viernes, 5 de octubre de 2012

Despejar y despejar.


Al verla entrar aquella tarde en la cafetería, Ronald sintió que el invierno había regresado trayendo esa sensación infinita que lo apretaba desencadenando temblores e ideas sobre como es que la ternura desaparece con la individualidad.


Cuando la vio sentarse frotándose sus manos mientras observaba a las personas pasar, Ronald se detuvo en la puerta y un poco con miedo y angustia (Pero por qué miedo y angustia?) caminó hasta el estante a pedir su café muy cargado como siempre, al pasar al lado de ella sintió que ese invierno seria muy largo y tierno (Pero por qué largo y tierno?) Luego caminó sin hacer nada, saliendo de ese lugar abrigándose con su saco negro acomodándose su cabello echándoselo para atrás… Sin embargo fuera de todo ese instante, de los ojos y de la tarde de lluvia que aparecía en ese momento, aquella muchacha no sólo percibió aquel invierno también diferente, sino que al levantar su mirada y al darse cuenta que el que pasaba era alguien que ella había conocido hacía muchísimo tiempo sin saber de dónde y que lo más seguro es que no lo conocía de verdad…pero sin embargo lo conocía, lo había visto quizás en esas nubes de leche o de algodón con que de niña jugaba a ser princesa atrapada, sintió un apretón en su pecho y sus manos temblorosas empezaron a enfriárselas, quiso salir pero se detuvo, tenia miedo y angustia (sí, miedo y angustia) y ese tiempo se le hizo largo y tierno (sí, largo y tierno) hasta que suspiró sobre el pequeño humo de su taza sonriendo levemente.

Durante las semanas siguientes los dos se miraban sin saber qué era eso de mirarse tanto, qué era eso de voltear cuando el otro no mira y viceversa, de nuevo… Como siempre… Cada tarde otoñal se había vuelto un puente para lo incierto, para las despedidas sin decir una palabra y más aun sobre el miedo de que tarde o temprano tenían que conocerse… Cada vez que Ronald avanzaba por esas calles ella de lejos lo miraba y sentía que era demasiado extraño y oscuro, como si él tuviera un tipo de aura distante, parecía caminar como si estuviera solo en el mundo y que las calles fueran un laberinto que ya conocía perfectamente…

Una noche lejos de esa cafetería y de todos los lugares que visitaban comúnmente, se toparon mientras ella observaba maravillada desde fuera de un acuario los peces bailar lentamente sin chocarse, fue cuando sintió un frío que vino desde debajo de su ropa hasta despeinarla lentamente el cabello. En ese instante volteó a su derecha y al verlo venir tan abrigado, tan oculto y en silencio, fue que ella se detuvo en la mirada y él se detuvo también a su lado y los dos al mirarse sin decir una palabra, sonrieron por dentro hasta que Ronald le señaló el oeste, como si ese tuviera que ser el camino donde deberían de ir, pero lo que más le sorprendió a ella fue que vivía también en el oeste. Fue entonces que sintió que las coincidencias sí existían, sin embargo ella aun con miedo no decía ni una palabra hasta que él le dio la mano diciéndole me llamo “Ronald” y fue en ese momento que al sentir su mano de ella, él supo que ese invierno sería una trampa, una de esas trampas donde uno salta para salir herido, pero que era tan hermoso el salto que valía la pena tanto frío, tanta tristeza y temblor, tanto futuro incierto y el querer que de golpe se divide y es cruel y masoquista, es tantas cosas enumeradas siguiendo una fila de días enredados en instantes… Porque todo está hecho de “instantes” y eso Ronald lo sabía tan bien que por eso mismo le señaló el oeste… “Me llamo Malena…” Y sin decir más los dos partieron llenándose de datos mutuos, desde la familia, el credo y tantas otras cosas más que cuando llegaron al puente donde tenían que separarse para irse a sus casas, Elena le señaló el cielo lleno de nubes, pero que en un pedacito cuarteado se podía ver la luna despeinada por la vista, a Ronald esas cosas siempre le parecieron cursiles, tontas, llenas de flores que le causaban molestia, porque el querer al igual que el romanticismo se había degradado con el cursilismo, pero lo que más le molestó en ese momento fue que al mirar esa luna sintió tanta ternura dentro y más con una Malena que lo miraba con esa sonrisa tan calida para ese invierno y quiso odiarse por dentro pero no pudo, quiso odiarla pero tampoco pudo, todo era uno de esos instantes en que ya había caído nuevamente, otra vez… No se había sentido así desde hacia tanto tiempo, desde que el invierno tenia otro color y las calles se llenaban de tantos recuerdo que ya no existían. Entonces por un instante recordó su pasado, sin embargo ya no le dolió tanto eso, lo que le molestó y mucho fue que ya no hubiera nadie para rescatarlo y a la vez también le molestó que Malena estuviera tan cerca de él quitando muros que no se quebraban hace tiempo… “Haces que me sienta como antes…” Le dijo él mientras se ponía los anteojos, observando como a ella el invierno le hacia bailar su cerquillo castaño. Todo con un aire espeso que le prometía un final incierto y de muchas sonrisas por esa avenida grande que Ronald conocía tan bien…

Como si su vida fuera un cuento escrito por un maldito dictador ciego, orgulloso y muy irónico… definitivamente…